La propuesta llegó de la mano de la Asociación Genialogías. La idea era clara y necesaria: dar visibilidad a las mujeres poetas, reforzar la presencia de la poesía en las aulas y, en particular, de la poesía escrita por mujeres. Un gesto de justicia literaria, pero también de cuidado hacia lectoras y lectores jóvenes. Un proyecto emocionante e ilusionante. Desde el primer instante sentimos Isidro (Pintar-Pintar) y yo que había que decir que sí sin reservas.
Muy pronto tuve clara otra cosa: si el libro hablaba de voces diversas, de generaciones distintas, de lenguas que conviven, la ilustración no podía ser un simple acompañamiento. Podía —y debía— ser una aportación igualmente coral. Así nació la idea de que cada poema estuviera ilustrado por una ilustradora diferente: una "genia de la ilustración" dialogando con una "genia de la poesía", una verdadera conversación entre lenguajes.
Las antólogas compartieron conmigo una preocupación: ¿cómo dar unidad a un libro tan plural?, ¿cómo hacer que esos "vientos verdes" fluyeran de una página a otra sin romperse?
Llevar esa pregunta al terreno visual me llevó tiempo de reflexión, hasta que un día lo vi claro. Este libro coincidía, además, con algo muy especial para nosotros: los 20 años de trayectoria de Pintar-Pintar Editorial. Y entonces apareció con naturalidad un elemento que nos acompaña desde el principio, que forma parte de nuestra historia gráfica y emocional: los "cristales de luz".
Esos pequeños cuadraditos de color que nacieron en 2005, en uno de nuestros primeros libros, "Daniela". Que aparecen en el lomo de todas nuestras publicaciones. Que marcan el inicio de capítulos, atraviesan ilustraciones y conectan escenas. Que están ligados también a la memoria de Carlos María Pérez Vázquez, con quien fundamos Pintar-Pintar y cuya ausencia sigue formando parte de lo que somos. Que remiten a la infancia, al juego, a lo invisible. Y que, sobre todo, no significan una sola cosa, porque lo simbólico nunca se cierra.
Decidí que esos cristales serían el hilo invisible del libro. Que los "vientos verdes" —los de Alejandra Pizarnik— se materializarían visualmente a través de ellos.
Expliqué esta idea a las ilustradoras y, a partir de ahí, cada una interpretó el motivo con absoluta libertad. Lo importante no era la uniformidad, sino la continuidad sensible: el paso de una atmósfera a otra sin brusquedad. Un verdadero lujo.
En el interior del libro no hay ilustraciones mías. Fue una decisión consciente. Preferí escuchar, acompañar, dar pautas y confiar en la mirada de las grandes profesionales que participan en la obra. Sí me encargué de la maquetación de los poemas, de su respiración en la página, de ese equilibrio delicado entre texto e imagen.
La portada, en cambio, sí la desarrollé yo. Hubo una primera propuesta que no terminó de encajar. Me dejé llevar por una idea más lírica, más natural, y fueron las antólogas —con razón— quienes me ayudaron a ver que aún no estaba comunicando lo que el libro necesitaba decir. Así son los procesos creativos: avanzar, probar, escuchar y volver a empezar. A veces la solución llega después de recorrer otros caminos.
La segunda propuesta fue la definitiva. Presenta el busto de dos figuras femeninas, aparentemente de distinta edad, dispuestas en paralelo y mirando en direcciones opuestas. No se trata de retratos individualizados, sino de presencias simbólicas. Ambas figuras se construyen desde el contraste: en el color, en la actitud y en el gesto. Una de ellas aparece con los ojos cerrados, en una actitud de recogimiento e introspección; la otra, con los ojos y la boca abiertos, remite a la palabra dicha, a la oralidad, a la comunicación hacia fuera.
Entre ambas circulan los vientos, materializados visualmente a través de los cristales de luz, que no separan sino que unen, estableciendo un flujo continuo de energía, pensamiento y emoción. Ese tránsito invisible es el que da sentido a la imagen: no son figuras aisladas, sino conectadas.
Desde una lectura más analítica, la portada habla de transmisión. De una voz que pasa de unas a otras. De creación íntima y de palabra compartida. En ella se condensa, de forma simbólica, la misión del libro: sumar fuerzas —poetas, antólogas, ilustradoras— para construir un espacio común desde el que imaginar un futuro más justo y más abierto.
La imagen busca, además, una doble lectura: puede resultar atractiva para niñas y niños, por su color, su ritmo y su carácter evocador, pero también interpela a lectoras y lectores adultos. "Vientos verdes" es un libro pensado para todas las edades, para ser habitado desde distintos niveles de experiencia y sensibilidad.
En cuanto al título, la opción más evidente habría sido recurrir al color verde de forma literal. Sin embargo, preferí evitar esa obviedad. En el interior del libro, el título juega con las palabras y con los colores, abriendo otras capas de sentido. Porque los "vientos verdes" no son solo un color: son una idea, un impulso, una promesa que puede ir más allá de lo que se ve. Como en aquella célebre afirmación de Magritte —esto no es una pipa—, también aquí la imagen y la palabra invitan a no quedarse en lo inmediato.
"Vientos verdes" es un libro colectivo, coral, profundamente cuidado. Pero también es, para mí, un libro que enlaza pasado y presente, que recoge una manera de entender la edición, la ilustración y la poesía como espacios de encuentro, de libertad y de memoria compartida. GRACIAS a todas las poetas, ilustradoras y antólogas por hacerlo posible.